27.11.10

El nombre uruguayo que faltaba

Tengo una especialidad: los nombres raros de los uruguayos. En la revista Tres hice varios artículos y uno de ellos forma parte del libro Historias uruguayas. Luego publiqué otro para el suplemento Radar del diario argentino Página 12, que se puede leer en este blog. Y, más recientemente, la revista peruana Etiqueta Negra me encargó una crónica sobre los uruguayos que se llaman Hitler, que también integra el libro Crónicas de sangre, sudor y lágrimas.
Supongo que es por eso que, desde hace años, amigos y también desconocidos me envían recortes, fotos, fotocopias y direcciones de internet que en forma invariable siempre contienen un nuevo nombre disparatado de algún compatriota.
Con el tiempo, esto se ha transformado en algo parecido a una obsesión. Tengo dos enormes carpetas llenas de documentos que atestiguan la existencia de los más improbables orientales. Hay recortes de prensa, fotos de cédulas, fotocopias de partidas de nacimiento, avisos judiciales, fúnebres y listas de goleadores de baby fútbol.
La tarea nunca se agota. Hace dos días Marcel me pasó un link que demuestra la existencia de un compatriota contemporáneo bautizado de forma por demás original.



El artículo sobre nombres raros uruguayos publicado en Página 12 puede leerse en: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2008/06/la-fortaleza-de-llamarse-rbol.html

26.11.10

Tarigo: "Alguien tenía que pegar cuatro tiros. Irnos callados, como se fueron en el 73, no"


Tarigo, democracia, UruguayEnrique Tarigo fue un verdadero héroe democrático por su rol decisivo en el triunfo del NO en el plebiscito de 1980. Ya retirado de la vida política, lo entrevisté cuando se cumplieron 20 años de aquel momento histórico. Una década después, lo que sigue es un fragmento de aquella entrevista:



-¿Cómo ve a Uruguay 20 años después del plebiscito de 1980?

-Veinte años después usted ve un país democrático funcionando, con las dificultades y los problemas inherentes a la vida colectiva. No fueron 20 años de maravilla, pero fueron 20 años de absoluta libertad, de democracia. No hay nadie que haya sido preso injustamente, castigado, torturado o destituido arbitrariamente.

-¿Cuál es la principal cosa que todavía no se logró en estos 20 años?

-Falta cultura democrática. Aprender a gobernar no es sencillo, comprender que hay cosas que no se hacen no porque los gobiernos sean malvados, sino porque son difíciles de hacer.

-Usted, al asumir como vicepresidente, dijo que se había comprado un revólver que guardaba en un cajón por si en algún momento tenía que defender la democracia. ¿Existía el riesgo real de un nuevo golpe?

-Había que decirlo. Habíamos conquistado algo y no estábamos dispuestos a perderlo porque sí. Alguien tenía que pararse un poco y decir que si volvían a insistir íbamos a pelear. Que no fuera tan fácil entrar al Parlamento y avasallarlo, que todos los diputados y senadores hagan su discurso y media hora antes de que lleguen los tanques se vayan para la casa. Alguien tenía que quedarse a enfrentarlos si volvía a pasar. Alguien que pegue cuatro tiros, aunque después le peguen 25. Irnos callados, como se fueron en el 73, no. El 1 de marzo de 1985 yo no estaba seguro de si duraríamos cinco años. Cualquier cosa que hiciéramos podía molestar a los militares. E hicimos muchas. La primera fue la Ley de Amnistía, el 8 de marzo. Ocho días después de instalado el gobierno democrático, amnistiar a todos los tupamaros presos era un desafío, una mojada de oreja. No sabíamos cómo podían reaccionar los militares.







Fragmento de una entrevista de Leonardo Habekorn a Enrique Tarigo (1927-2002), publicada en el suplemento Qué Pasa del diario El País, el 25 de noviembre de 2000.

16.11.10

Cuarenta años en el desierto celeste

Uruguay versus Ghana en Sudáfrica 2010. La atajada de Luis Súarez

Mi primer recuerdo de la selección es la semifinal contra Brasil en México ’70. Cuando Uruguay abrió el tanteador en aquel partido, los vecinos irrumpieron en mi casa a los gritos. Los recuerdo riendo, eufóricos, abrazándose con mis padres. Yo tenía seis años y al parecer Uruguay iba rumbo a ser campeón del mundo. Al final, perdimos 3 a 1.
También tengo en la memoria el partido por el tercer puesto contra Alemania, las diez veces que Uruguay estuvo a punto de hacer un gol y la derrota final por 1 a 0. Esa vez los vecinos no vinieron y no hubo fiesta para celebrar que salimos cuartos. Incluso los jugadores de la selección renegaron de lo conseguido: “Éramos así, si no salíamos campeones no significaba nada”, explicó muchos años después Ildo Maneiro (1). Aquel honroso cuarto lugar fue asumido con una vergonzosa derrota.
Para Alemania 74 la mentalidad del todo o nada seguía vigente. Y yo, que tenía diez años, me ilusioné con el todo. Si la selección tan criticada de México 70 había logrado salir cuarta, no sería tan difícil ser campeón. Ahora, además, teníamos a Fernando Morena.
A esa edad yo desconocía los pormenores. El DT que había clasificado a Uruguay al Mundial, Hugo Bagnulo, había sido cambiado por otro, Roberto Porta, muy promovido por un grupo de periodistas. La selección también había sido modificada en forma radical bajo presión de los mismos cronistas deportivos.
Yo desconocía todos esos tejes y manejes, y me senté ilusionado frente al televisor blanco y negro. El baile que nos dio Holanda fue un golpe terrible. Si no hubiera sido por Mazurkiewicz aquel 2 a 0 hubiera sido una goleada catastrófica.
El segundo partido, contra Bulgaria, lo vi en lo de Igal, un compañero de la escuela, de Peñarol como yo. Alucinábamos esperando un gol de Morena. Lo hizo, pero el juez lo anuló. Empatamos 1 a 1. El tercer partido lo vi otra vez en casa. Suecia nos encajó un terrible 3 a 0 y chau mundial.
La decepción fue grande. Años después leería las siguientes declaraciones de Juan Masnik, integrante de aquella selección: “Faltando un mes para el mundial ese plantel fue destrozado. Al nuevo equipo lo hicieron los periodistas. Entró una confusión total por un lado y por otro un clima de confianza desmedida. Se realizó un operativo repatriación de jugadores sin ton ni son (…) Yo quedé injertado en una defensa fabricada de apuro (…) ¿Cómo podíamos rendir, cómo podíamos entendernos? ¡Si casi ni practicamos juntos! (…) A Morena, jugando arriba, le pasó algo parecido” (2).
El consuelo era saber que tendríamos revancha en la siguiente Copa del Mundo, que se jugaría en Argentina, donde seríamos casi locales. Fue entonces -tenía 14 años-, cuando me tocó descubrir que existía algo peor que quedar eliminado en la primera fase de un mundial. Porque ni siquiera logramos clasificar a pesar de que nos tocó disputar un cupo con Bolivia y Venezuela, que en aquellos años era mucho más débil que hoy. La clave estuvo en el partido en Caracas, que escuché desconsolado en una radio a transistores: nosotros apenas empatamos; en cambio Bolivia ganó. Ante el fracaso, el periodista más escuchado, Víctor Hugo Morales, desató una desmesurada campaña contra mi admirado Morena, responsabilizándolo de todo el fracaso, como si hubiera jugado él solo.
En aquel momento yo era solo un niño y no entendía que aquel ensañamiento de Morales, su crítica furibunda y tan tajante, era funcional a una dictadura que tenía prohibido hablar de todo, menos de eso. Hoy sí. Aquel era el circo que necesitaba el régimen. Meses después Víctor Hugo viajó a Buenos Aires a relatar el mundial ‘78 y se deshizo en elogios a los militares que organizaron esa copa manchada de sangre (3).
De la eliminatoria para España ’82 recuerdo el partido contra Perú en el Centenario. Faltando una hora para que empezara, mi madre me preguntó si quería ir.
Llegamos corriendo y con el partido a punto de comenzar. Las entradas estaban agotadas y las compramos a precio de oro a un revendedor. El estadio estaba repleto y solo conseguimos sentarnos en lo más alto de la Amsterdam. Desde allí vimos muy bien el baile que nos dio aquel equipo de Velásquez, Chumpitaz, Uribe y Oblitas. Tendrían que habernos ganado 2 a 0, pero faltando poco Victorino acomodó una pelota con la mano e hizo el gol uruguayo, que el árbitro tuvo la deferencia de validar. No se puede decir que fuera el gol de la honra. Esta vez no estaba Morena para echarle la culpa. Afuera de otro mundial.
Volvimos a la Copa del Mundo en México ’86 con la conducción de Omar Bienvenido Borrás, el primer director técnico que odié con toda el alma.
Estuve en el Centenario cuando clasificamos, en el partido decisivo contra Chile, cuando Venancio Ramos tomó un limón que alguien había tirado al campo de juego y lo estrelló contra la pelota cuando el chileno Aravena –que le pegaba con un cañón- remataba un tiro libre peligrosísimo en el final del partido. Si era gol, Chile iba a la Copa del Mundo. El limonazo movió la pelota y Aravena falló el remate. Así llegamos a México.
No teníamos mal cuadro –en la selección estaban Francescoli, el Polilla Da Silva, Alzamendi, Ruben Paz, Darío Pereira, Venancio y Zalazar- y otra vez nació la expectativa. El problema era Borrás. En la defensa, contra la opinión del Uruguay entero, se negaba a incluir a Darío Pereira, un crack con mayúsculas que triunfaba a tal punto en Brasil que allí querían nacionalizarlo. En su lugar, Borrás insistía en colocar a Eduardo Acevedo. Su otra infamia era dejar en el banco de suplentes a Ruben Paz, talentoso y goleador como pocos.
A pesar de que la selección ya llevaba más de una década de fracasos, yo seguía hinchando con pasión y no le perdonaba a Borrás su tozudez y negligencia.
El debut contra Alemania lo vi en lo de Felipe. Pusimos el televisor sin voz y a Kesman en la radio. Iban apenas cuatro minutos cuando un defensa alemán se equivocó y pasó mal la pelota. Alzamendi la tomó, pateó y la metió alta, junto al travesaño. Un golazo.
Poco después, Francescoli –que ya era una luminaria súper promocionada- enfiló solo contra el arco alemán, sin obstáculos a la vista, con el gol prácticamente hecho. Felipe y yo nos paramos a festejar. Justo entonces la imagen del televisor quedó congelada: Francescoli con la pelota dominada rumbo al gol. Por suerte estaba prendida la radio. Cuando el vozarrón de Kesman gritó goooool, nos abrazamos. Fueron unos segundos de felicidad. Pero luego volvió la imagen al televisor y el partido seguía 1 a 0, el gol no había sido. Había errado Enzo y había errado Kesman, los dos en forma inexplicable. En el resto del partido, no cruzamos casi la mitad de la cancha, defendiéndonos siempre. Ruben Paz no salió del banco de suplentes. Alemania nos empató faltando cinco minutos para el final.
En el segundo partido descubrí algo importante: había algo peor que no participar de la Copa del Mundo. Peor era estar allí y pasar vergüenza ante todo el planeta. Quedó claro cuando Dinamarca nos encajó un 6 a 1 histórico. En este partido Kesman se dio el gusto de relatar un gol verdadero de Francescoli, gracias a un penal inventado por el juez.
Para el tercer partido contra Escocia, yo no podía creer que Borrás mantuviera a Acevedo e insistiera en no poner a Ruben Paz. De camino al centro, en ómnibus, recuerdo pasar frente a la casa del técnico en Punta Gorda y mirarla con desconsuelo, como buscando en ella una pista que me permitiera entender por qué ese hombre se ensañaba tanto. Tiempo después, en el libro La crónica celeste de Luis Prats, leí que en aquellos días aciagos alguien entró en el hogar del técnico y destruyó su biblioteca. Juro que no fui yo.
El enfrentamiento con los escoceses marcó un nuevo hito celeste: José Batista fue echado a los 38 segundos por el árbitro francés Quiniou, debido a una patada que pegó en el mediocampo. Esa expulsión dio pié para que los periodistas deportivos abonaran su peregrina tesis de que en la FIFA hay un complot contra nosotros, argumento que hasta hoy perdura. Defendiéndonos los 89 minutos y 22 segundos restantes logramos empatar cero a cero y pasar a la segunda fase del mundial como uno de los “mejores terceros”. Sin duda no lo merecíamos, pero allí estábamos, en octavos de final contra la Argentina de Maradona.
Borrás, temeroso ante los rivales y ciego ante todas las evidencias, mantuvo a Acevedo en el equipo y a Ruben Paz en el banco. Yo pasaba en el ómnibus frente a su casa y tenía que contenerme para no bajar y prenderla fuego. (Repito: ¡yo no destruí la biblioteca!).
Fue, sin duda, un verdadero clásico. Recién en el minuto 41 Argentina pudo hacer el primer y único gol gracias a un notable “pase” que Acevedo le hizo al argentino Pasculli en el borde del área. No exagero, pueden verlo en Youtube. Faltando diez minutos para el final, cuando ya era mejor que no lo hiciera, Borrás claudicó: sacó a Acevedo y por primera vez en la Copa hizo entrar a Ruben Paz.
Ver esos últimos diez minutos fue lo peor de todo. Paz apilaba a los argentinos como postes, empequeñeciendo la figura de Maradona. El empate estuvo al caer y no llegó solo por falta de tiempo. Quedamos afuera de otro Mundial, con la terrible sensación de que todo pudo haber sido diferente.
Años después el célebre periodista argentino Juvenal escribió: “en los últimos diez minutos, cuando el técnico Omar Borrás se resolvió a poner a un gran jugador que mantenía hasta entonces escondido, Ruben Paz, casi se nos viene la noche” (4).
A Italia ’90 clasificamos gracias a un Ruben Sosa brillante en las eliminatorias. Teníamos un cuadrazo aún mejor que el de México ’86: Sosita, ahora sí Ruben Paz, otra vez Francescoli, Alzamendi, el Pato Aguilera, Sergio Martínez, Fonseca, todos integrantes del jet set futbolístico mundial. Pablo Bengoechea era suplente. En una gira de preparación empatamos 3 a 3 contra Alemania en Stuttgard, en un partido en el cual Ruben Pereira se mandó una doble pisada girando sobre la pelota que dejó al mundo con la boca abierta, y le ganamos 2 a 1 a Inglaterra en Wembley. Todos confiábamos mucho en nuestro nuevo DT, Oscar Tabárez. Ahora sí jugaban los mejores.
Yo ya era periodista. Trabajaba en la agencia Reuters, como corresponsal suplente en Montevideo. Se me había encomendado ver los partidos en la oficina y luego enviar al mundo un despacho con las repercusiones. Los festejos populares, por ejemplo.
Vi los cuatro juegos de Uruguay en ese Mundial, solo, en un apartamento de la calle Florida, rodeado de teletipos. En el debut actuamos en forma notable y avasallamos a los españoles, pero no pudimos hacer un gol. Tuvimos la gran oportunidad en un penal, pero Ruben Sosa lo tiró muy alto, afuera. No envié ningún cable porque no hubo festejos.
Con la esperanza intacta me senté a ver el segundo partido, contra Bélgica. Pero no jugamos ni la décima parte del encuentro anterior. Hace poco reviví en Youtube una escena de ese partido. Vamos perdiendo 2 a 0, pero los belgas juegan con diez porque ha sido expulsado Gerets. Ataca Uruguay. Medio a los tropezones la pelota llega al borde del área belga y le queda servida a Aguilera, quien en forma inexplicable patea un tirito muy débil e inofensivo. El golero belga ataja con facilidad y, con la mano, la da la pelota a un compañero, en el costado del campo de juego, cerca aún de su portería. El belga corre con el balón y elude al primer uruguayo que sale a marcarlo; luego, a la carrera, esquiva a otro y cruza la mitad de la cancha; un tercer uruguayo va a enfrentarlo, pero el belga lo deja parado como un poste; finalmente cruza la pelota al medio, donde un grandote llamado Ceulemans recibe el balón libre de todo obstáculo, corre unos metros sin oposición, patea y anota el tercero. Perdimos 3 a 1 gracias al gol de la honra que luego hizo Bengoechea. No envié ningún cable, porque no hubo festejos.
Comencé a dudar de esa selección a la que había apoyado tanto. Se publicaron en los diarios fotos que mostraban al contratista Paco Casal sentado en el banco de suplentes de Uruguay. ¿Con qué derecho? ¿Eso era una selección uruguaya o un tinglado montado para vender jugadores? ¿Tenía eso algo que ver con la poca convicción del equipo?
El tercer partido contra Corea del Sur fue terrible y solo se definió en el último segundo, con un gol de Fonseca en offside. Increíblemente, hubo festejos por 18 de Julio porque con ese triunfo Uruguay pasó a octavos de final, y yo tuve que escribir el tan postergado cable de repercusiones. Sentí que era deshonroso celebrar tan poca cosa.
Por desgracia, los octavos de final me dieron la razón: Italia nos venció por 2 a 0 sin que nosotros atacáramos una sola vez en todo el partido, sin que cruzáramos siquiera la mitad de la cancha, una de las exhibiciones más tristes y miedosas de cualquier selección en toda la historia de los mundiales.
Eso sí: cuando terminó el partido, el presidente de Juventus fue al vestuario uruguayo para charlar con Paco (5).
Tiempo después, el corresponsal titular de Reuters participó de una entrevista colectiva con Tabárez y pudo preguntarle qué había pasado con aquella selección de cracks que había empezado prometiendo un gran mundial y lo había terminado dando pena. El técnico respondió que el penal errado contra España había demolido psicológicamente a sus jugadores. Muchos periodistas deportivos, en cambio, tenían otra opinión: la selección de Tabárez había fracasado porque no pegaba patadas, se habían olvidado de la garra charrúa. Había que volver a las raíces, y si te echaban a los 38 segundos mala suerte.
¿Y la presencia de Casal en el banco de suplentes? Se lo pregunté mil veces a Bengoechea cuando escribí su biografía. Eso no tuvo ninguna importancia, me respondió siempre. Pero a partir de allí todo fue barranca abajo.
A Estados Unidos ‘94 no clasificamos, en una eliminatoria signada por el divorcio entre el técnico Cubilla y los “repatriados”, los futbolistas más renombrados, los que jugaban en el extranjero y eran representados por un Casal cada vez más poderoso.
En la Eliminatoria para Francia ’98 tuvimos tres técnicos (Héctor Núñez, Ahuntchain y Roque Máspoli). La selección terminó séptima entre nueve y otra vez quedamos afuera. Atesoro en mi archivo dos joyas de este período. La primera es una foto de Francescoli, el técnico Ahuntchain y otros dos seleccionados posando en una publicidad de un cementerio privado. La otra es la primera plana de un diario donde el Pichón Núñez, sufrido DT oriental, dice cuánto está dispuesto a dar por la Celeste: “Si me tengo que agrandar el esfínter para que la Selección gane, lo hago” (6).
Lamentablemente, no fue suficiente.
Pichón Núñez dispuesto a todo por la selección uruguaya















Disputamos la clasificación de la Copa del Mundo 2002 con una selección tercerizada. Gran parte del sueldo del técnico argentino Daniel Passarella lo pagaba la empresa Tenfield. Los jugadores discutían los premios con Paco y no con el presidente de la AUF. Los viáticos los repartía un funcionario de Tenfield que terminó en prisión. Dos de los pocos periodistas deportivos que no trabajaban a sueldo de la empresa fueron obligados a bajarse del charter de la selección. La decadencia era generalizada. Paolo Montero, el capitán, dijo en una entrevista: “En el fútbol robar no es pecado”. Eso explica que se consiguiera llegar al repechaje gracias un empate arreglado con la selección argentina, que fue despedida con aplausos en el aeropuerto (7). En cambio, cuando la selección de Australia llegó para jugar ese partido definitorio fue recibida en Carrasco por una patota que los escupió y les pegó. Yo sentí una infinita vergüenza, pero Darío Silva, integrante de esa selección, felicitó a los mafiosos. “Estuvieron bárbaro”, dijo (8). Cuando la Celeste tercerizada le ganó 1 a 0 a los australianos y por fin clasificó, alguien puso en el tablero electrónico del Centenario: “Gracias Paco”. Del mundial no puedo decir nada. Los partidos eran de madrugada y preferí seguir durmiendo.
En la eliminatoria 2006 fue todo más o menos como la del 2002, solo que esta vez los australianos ya nos conocían y nos dejaron afuera de la Copa. Asumí la noticia como un zombi del fútbol, anestesiado ante tanto espanto acumulado. No se trata de perder, porque todos los hinchas del mundo toleramos bien la derrota. Era mucho más que eso: muchos años de macanas, mentiras, promesas incumplidas, derrumbes psicológicos, operaciones de prensa, campeones de pacotilla, mucho miedo a perder y una corrupción cada día más evidente y escandalosa. Ese cóctel me había dejado insensible. Quería ser hincha como antes, pero ya no podía.
Enfermo de escepticismo agudo –y preguntándome si no sería crónico- comencé a ver a nuestra selección en Sudáfrica 2010. Cuando terminó el partido contra Francia pensé: otra vez, más de lo mismo.
Pero los tres goles contra Sudáfrica y el triunfo contra México aflojaron algo de parálisis emocional celeste. Se había triunfado en dos partidos seguidos, jugado sin miedo, con buenos goles, sin pegar patadas y sin protestarle al juez. Era evidente, además, que los dos cracks de esta selección –Forlán y Suárez- estaban jugando a la altura de sus antecedentes y más todavía. ¡Cuántos años hubo que esperar para eso!
El 2 a 1 contra los coreanos fue especial. Esta vez la victoria también fue dramática y sufrida hasta el último segundo, pero no trucha como la de 1990. El segundo gol de Suárez, además, fue un verdadero golazo. Había que pellizcarse, pero estábamos dando espectáculo. Puse la banderita en el auto.
El partido contra Ghana fue el guión que Hollywood necesitaba para hacer una película épica sobre fútbol. Sufrí cuando los ghaneses dominaban el partido, aplaudí el golazo de Forlán, sentí bronca cuando el juez inventó el último tiro libre, admiración por el esfuerzo desesperado de Suárez por evitar el segundo gol africano y desazón porque íbamos a perder de esa manera, con un penal injusto en el último segundo.
Estaba mirando el partido con mi esposa y mi hija. Mi mujer no quiso ver y se fue, llorando. Mi hija tampoco se quedó. Mientras Asamoah Gyan se preparaba para rematar, ella se encerró en su cuarto.
Quedé solo frente al televisor. La historia había desaparecido. Ya no estaban allí los fantasmas de Borrás, Francescoli, Cubilla, Recoba, Paolo Montero, por suerte no quedaba nada de ellos. Tampoco Paco, por ventura alejado de esta selección (ahora sí: gracias Paco). Solo estaban el ghanés, el golero uruguayo y el mundo entero pendiente del desenlace. Me di cuenta que, en 40 años, nunca había visto una selección uruguaya tan conmovedora, tan consciente de sus limitaciones, pero a la vez tan sacrificada, honesta y valiente. Ninguna otra en ese lapso había honrado así a ese deporte maravilloso que es el fútbol. No merecían perder. Miré fijo la pantalla y cuando la pelota se reventó contra el travesaño, salté, corrí, grité: ¡¡Lo erró!!! ¡¡¡Lo erró!!!
Estaba curado. El hincha había vuelto. Por fin. Forlán, Suárez, Egidio, el Ruso Pérez y los demás, con Tabárez, me habían sacado de encima una carga de 40 años.
Gracias. Muchas gracias.
Lo que vino después, aún con derrotas, jugando grandes partidos contra los mejores equipos del mundo y haciendo golazos, que grité y volvería a gritar, solo hizo más notable la tarea cumplida.
Es mentira lo que han repetido mil veces -y aún repiten- muchos periodistas deportivos: que solo los ganadores dejan su huella en la historia. Ignorantes, no saben de Van Gogh, ni de Wilson ni de Kennedy Toole. No conocen la historia de Artigas. Ni siquiera a la Naranja Mecánica de Cruyff.
La vida nunca es blanco o negro, todo o nada.
Y esa lección, la más importante, también la enseñaron estos muchachos.


(1) El Mundialazo del 70, reportaje de la periodista Magdalena Herrera, en El País, 28 de mayo de 2006.
(2) Juan Masnik, el Chueco de Oro. El Diario, 30 de agosto de 1978, citado en el libro Reyes, príncipes y escuderos, tomo 2, de Franklin Morales (Ediciones de la Plaza, 2006).
(3) Ver: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2010/11/argentina-78-por-victor-hugo-morales.html
(4) Juvenal, Fútbol en el alma (1997), citado por Franklin Morales en Reyes, príncipes y escuderos.
(5) Lo contó el propio Casal en el programa Verano caliente, en radio Carve, entrevistado por Mario Bardanca en enero de 1992. Citado en el libro Yo, Paco, del propio Bardanca (Editorial Sudamericana, 2007).
(6) La República, 20 de marzo de 1995.
(7) Yo, Paco, de Mario Bardanca (Editorial Sudamericana, 2007). Sobre este libro, ver: http://leonardohaberkorn.blogspot.com/2007/10/el-sexo-segn-paco-casal-en-una.html
(8) El Observador, 26 de noviembre de 2001.


Historias uruguayas, Leonardo Haberkorn
Reportaje de Leonardo Haberkorn incluido en el libro Historias uruguayas.
Fue publicado en la edición de agosto de 2010 de la revista Bla.

Argentina '78 por Víctor Hugo Morales

I
“Este mundial no me lo saca nadie. Después, si quieren, que me quiten lo bailado. Que no será poco, confundido entre los tangos y las luces de una Buenos Aires más coqueta, más cordial y más del mundo (…) Qué bien que luce Buenos Aires desde arriba… ¿vió?”
Víctor Hugo Morales, Mundocolor, 30 de mayo de 1978.

II
“El Mundial de Argentina fue una experiencia formidable. Se organizó prescindiendo de los dirigentes de los clubes, con la exclusiva conducción de gente que solo pensaba en el deporte del país y no en las minúsculas rencillas que también caracterizaron siempre el panorama futbolístico del vecino país. Desde la soberbia fiesta de inauguración, hasta el último minuto que duró el torneo, estuve asombrado por el despliegue inteligente, unificado, fervoroso, de los argentinos en torno al evento. Para mí quedaba demostrado una vez más que no existían los imposibles en el fútbol cuando se tiene una conducción capaz y desinteresada”.
Víctor Hugo Morales. El Intruso, noviembre de 1979

III
“Nuestros vecinos hicieron nada menos que un mundial y en el futuro servirá como modelo de organización el esquema, la infraestructura y hasta el espíritu de los argentinos. Como broche de oro a tan destacado proceso, bien respaldados desde arriba, sus jugadores y Menotti pudieron trabajar como quisieron para ganar finalmente el campeonato. Nombres desconocidos hasta ahora como los de (el general Antonio) Merlo y (el vicealmirante Carlos Alberto) Lacoste, sustituyeron a los eternos mandamases de siempre”.
Víctor Hugo Morales, Mundocolor, 4 de julio de 1978.

Yo tenía 14 años y sabía que había una dictadura.

Más citas sobre este tema, incluyendo una donde VHM dice que la dictadura de Videla no mató a nadie para organizar el Mundial, en el libro Relato Oculto.

10.11.10

Historia rosa y silencio cómplice


Un par de días atrás tuve una entrevista con un hombre cincuentón, profesional, militante izquierdista desde la adolescencia, hoy integrante del Partido Socialista.
Salvo por un breve encuentro que al parecer habíamos tenido más de 20 años atrás, y que yo no pude recordar, no nos conocíamos. Hablamos de cosas que nada tenían que ver con la política. Cuando terminamos y ya nos íbamos a despedir, me dijo:
-Antes de irme quiero felicitarte por tu libro.
Le pregunté por cuál. Se refería a Historias Tupamaras. Me dijo, palabras más, palabras menos (yo no estaba grabando ni tomando apuntes ya que no se trataba de una charla periodística):
-Yo en aquellos años era “bocamaro”, es decir tupamaro de boca. Y por mi propia experiencia sé que muchas cosas fueron exactamente como se cuentan en el libro. Otras no las viví, pero los testimonios que recogés son categóricos. Es una vergüenza cómo los tupamaros han reescrito la historia, contando un cuento de hadas que nada tiene que ver con lo que pasó en la realidad. Y que los jóvenes de hoy se lo creen todo. Que ellos nacieron para luchar contra la dictadura, por ejemplo. Claro, el cuento de hadas es mucho más lindo que la realidad...
No es la primera vez que me pasa. Muchos frenteamplistas me han dicho lo mismo. Saben que el relato rosa que se ha inventado el MLN es mentira. Agradecen que Historias Tupamaras se atreviera a enfrentar los mitos del MLN.
No me parece raro, ya que el libro no es de izquierda ni de derecha, sino que simplemente intenta aportar testimonios, documentos y una nueva óptica sobre una parte importante de la historia reciente.
El filósofo argentino José Pablo Feinmann, un referente del progresismo, escribió días atrás en Página 12 respecto a cómo debería ser la militancia izquierdista hoy:
“Si quieren admirar al Che como símbolo de la rebelión, perfecto. Si lo toman como el héroe y el mártir de la lucha armada y el foco (teoría que le dio un francesito de esos años: Regis Debray y que Guevara perfeccionó y llevó a la práctica, una práctica desastrosa en la que sin duda tuvo la dignidad impecable de morir, de poner su cuerpo al lado de sus ideas, penosamente equivocadas, de aquí que ese cuerpo terminara acribillado por un pobre y asustado soldadito boliviano) el camino será otra vez el del desastre. Si insistimos tanto en la militancia territorial y no en la violencia, es porque la violencia fue un mal camino”.
Ése, exactamente, es el tema de fondo de Historias Tupamaras.
Por eso cada vez que algún militante o adherente frenteamplista notorio me felicita en privado por el libro, además de la lógica satisfacción, siempre me asalta la misma pregunta: ¿por qué las instituciones de la izquierda frentista que no es pro MLN han ignorado a Historias Tupamaras? ¿Por qué sus partidos, sus dirigentes, sus periodistas y sus intelectuales, salvo un par de notorias excepciones, no han dicho nunca nada sobre el libro?
Llama la atención: seis ediciones consecutivas, casi 6.500 ejemplares vendidos, miles de frenteamplistas agradecidos y, sin embargo, ese profundo silencio.

Artículo de Leonardo Haberkorn
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5.11.10

Mentes que brillan

El diputado colorado Juan Manuel Garino relató esta semana en el Parlamento que llamó por teléfono a todas las comisarías para preguntar cuántos patrulleros tienen. Lo hizo porque días antes persiguió a unos delincuentes y, aunque avisó al 911, la Policía tardó una hora en presentarse.
Gracias a su relevamiento, según publicó el jueves El País, Garino averiguó que tres comisarías no disponen de ningún vehículo para sus tareas. Una de ellas tiene tres patrulleros, pero los tres están rotos. Otra posee dos, también descompuestos. Y otra tiene tres patrulleros en condiciones, ¡pero nadie que sepa manejarlos!
Garino presentó este sorprendente informe en el Parlamento y el diputado frenteamplista Carlos Varela se indignó. Dijo que la situación es “gravísima” y propuso alertar de inmediato al ministro Bonomi. ¿Qué es lo gravísimo? ¿Que la Policía tarde una hora en responder al 911? ¿Que las comisarías no tengan patrulleros? ¿Que los patrulleros rotos no se arreglen? ¿Qué nuestros policías no sepan manejar?
No. Para Varela lo grave, gravísimo, es que Garino haya logrado conseguir esta información. Lo grave no es que el Estado no pueda garantizar nuestra mínima seguridad. Lo grave es que se sepa.
Este tipo de razonamiento no es patrimonio exclusivo de ningún partido político, aunque entre ayer y hoy la prensa consignó otros dos ejemplos del oficialismo.
El País de hoy recoge distintas opiniones sobre la propuesta de colocar una placa de homenaje a Ricardo Zabalza, tupamaro muerto, asesinado según se denuncia, en el asalto del MLN a la ciudad de Pando en 1969.
El diputado oficialista Sebastián Sabini, del MPP, apoyó la propuesta con un profundo argumento: “En lo personal, una persona que murió por defender lo que pensaba siempre me inspira respeto”. Genial. Vayamos preparando los monumentos a Ceacescu, al Mono Jojoy, a Mussolini, a Hitler y a Goebbels, que se merecerá el más especial de los homenajes porque no solo murió por sus ideales, sino que además se llevó consigo a su esposa y a todos sus hijos, envenenados en el altar de la causa. Propongo que cuando se inaugure la placa al ministro de propaganda del Tercer Reich, el diputado Sabini tenga el honor de dirigirnos unas palabras.
El tercer ejemplo de pensamiento extraordinario lo dio la intendenta de Montevideo, Ana Olivera. La frase está en el facebook de la radio La Treinta. Su poder de síntesis es tan abrumador, su lógica es tan implacable, que no tengo nada que agregar. Dijo la intendenta:
“Si no se incendiaba, teníamos Cilindro para rato".
...
Yo digo, esos tres patrulleros que funcionan pero no tienen chofer, ¿no podrían manejarlos Varela, Sabini y Olivera?


Artículo de Leonardo Haberkorn
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2.11.10

Jaime Roos: de música, drogas y marketing

Jaime Roos, entrevista, música





En 1997 Jaime Roos anunciaba el comienzo de una nueva vida feliz, sin alcohol y sin drogas. Rechazaba las acusaciones de haberse dejado dominar por el marketing. Definía a Madonna y Michael Jackson como “basura comercial” y vaticinaba su progresivo ostracismo. Le realicé esta entrevista en su apartamento en la Ciudad Vieja cuando celebraba 20 años de carrera, horas antes de que subiera al escenario del teatro Solís para festejarlo con toda la pompa del caso. El extenso diálogo, del cual aquí se reproduce la mayor parte, se publicó el 7 de marzo de 1997 en la revista Tres.



-¿Cómo logró su independencia económica?

-Comencé a trabajar –a tocar- a los 15 años y empecé a ganar mi propio dinero. Ahí me pude comprar una remerita Lacoste trucha, un vaquero Lee trucho, pero que por lo menos se parecían a los originales. Cuando cumplí 21 años y trabajaba en un programa de televisión que se llamaba Coliseo Colifato y en varias obras de teatro, ganaba el equivalente a un salario. A esa edad fue cuando me fui a vivir a Europa.

-Hay quienes dicen que al empezar ya tenía un espíritu muy profesional.

-Tengo el respeto al dinero que tiene el sobreviviente. Siempre tuve la angustia de qué iba a comer la semana próxima, la angustia de quedarme sin techo. De mi viejo recibí la idea del respeto al trabajo y me hizo mucho bien, porque me permitió ir para adelante en ocasiones duras.

Ahora bien, de la misma forma en que yo respetaba el trabajo, siempre me gustó que respetaran el mío. Y me di cuenta que para eso, tenía que mostrar arriba del escenario el motivo por el cual me tenían que respetar. A mí siempre lo que más me interesó fue ser un artista. Y puse toda esa energía para ganar esa guerra. Y traté de hacerlo con todas las armas de que disponía: una de ellas es la disciplina profesional. Pero eso, a pesar de ser importante, es secundario. La brújula que guió siempre mi vida fue intentar producir arte. Sacrifiqué mucho para eso. La música para mí ha sido causa de mucho sufrimiento.

-¿Esos sacrificios incluyeron rupturas con su familia o con sus amigos por cuestiones de su carrera artística?

-No. Pero llevando adelante mis principios de arte tuve muchos enfrentamientos con músicos y gente del medio artístico.

-Ex músicos de sus bandas denuncian una especie de política utilitaria de su parte. Dicen que una vez que cumplieron su misión, se olvidó de ellos.

-Es típico de los divorcios. La mujer o el hombre despechado da su versión de los hechos. Yo nunca toqué con un músico a nivel utilitario, puesto que esta gente siempre estuvo de acuerdo en tocar conmigo. Por otro lado, nunca firmé contrato con un músico de por vida. Siempre quedó claro que el sistema de mis bandas funcionaba así: nos comprometíamos a tocar durante una temporada. Cuando termina, cualquier músico es libre de decir hasta luego. Y yo también.

Si alguien tiene la idea de que ha sido utilizado, pues realmente lo lamento mucho, jamás lo sentí así. Y agradezco además a todos los músicos que han tocado conmigo –o a casi todos-, por haber embellecido mis canciones, particularmente en las grabaciones.

-Otros dicen que el marketing mató su creatividad

-Conozco esas críticas y no las comparto. Creo que acá el ambiente artístico nunca entendió mi concepto de marketing. Son malos observadores. Y nunca quisieron aceptar que, si un disco mío se vende, es por porque a la gente le gusta la música que tiene dentro. El marketing es solo un apoyo para la música. Hay ciertos productos musicales que son inventos de marketing, pero no los míos. La gente cuando hoy, en la calle, canta Si me voy antes que vos –y lo digo sin ninguna falsa modestia- es porque le gusta la canción. Si yo no hubiera escrito Colombina o El hombre de la calle o Brindis por Pierrot… ¿de qué marketing me hablás? Como razonan estas personas, cualquier hijo caprichoso del dueño de un canal de televisión vendería miles de discos en Uruguay. Señores, ustedes que critican el marketing: hagan una canción como Si me voy antes que vos. Y después hablamos.

-Usted ha descalificado a otros artistas que también venden muchos discos y cuyas canciones también son cantadas en la calle por la gente: Julio Iglesias, Madonna, Michael Jackson…

-Es diferente. Los he criticado porque no los respeto artísticamente, porque son un producto diseñado por el marketing de la industria discográfica. La diferencia entre una canción buena que vende y una industrial que vende, es que la buena diez años después se va a seguir vendiendo y 20 años después va seguir formando parte del catálogo de la compañía. No creo que nadie en el futuro de la humanidad recuerde un tango cantado por Julio Iglesias. Y si me hablás de artistas de un mayor nivel musical, pero que siguen siendo basura comercial, como Madonna o Michael Jackson, apuesto botellas de vino a que si tenemos la suerte de vivir 20 años más, se va a poder comprobar que no va a haber ningún músico que los tome como referencia. Esa gente vende su carisma. En el caso de Madonna, buena actriz. En el caso de Jackson, buen bailarín. Ahora, musicalmente hablando, olvídalo.

Yo escribí Cometa de la farola hace 20 años y hoy los pibes de 15 y 20 años la canta, saltando, y se siguen comprando discos donde está esa canción. Esa ha sido mi pequeña batalla que por ahora le he ganado al tiempo.

-¿Los límites son tan claros entre los dos tipos de música?

-Hay zonas limítrofes que ponen a prueba el criterio de los mejores críticos musicales. Gloria Estefan hace un producto altamente comercial, pero que llega a momentos de gran arte. O los Bee Gees, que en algunas canciones trascienden esa frontera que les pone el comercio y el arte kitsch que practican, y llegan a puntos notables. Pero la frontera es clara: hay artistas que hacen algo y luego lo quieren vender, otros hacen las cosas pretendiendo venderlas de antemano. Esos son los equipos rivales.

-¿Y dónde se ubican músicos que en su país han conquistado un fervor enorme, como Roberto Carlos en Brasil?

-Me extraña que Chico Buarque y Caetano Veloso respeten tanto a Roberto Carlos. Artistas como él son más que nada mitos, como Sandro en Argentina, o como pudo ser Elvis Presley en Estados Unidos, a pesar de que tenía un nivel musical un poco mayor. Pero musicalmente los últimos años de su carrera son desastrosos. Son ídolos populares, pero esta idolatría no pasa por lo artístico. Y si alguien me quiere poner a mí en esa categoría, aquí en Uruguay, le digo que se equivoca (se ríe).

-Ha dicho que teme a la muerte por no creer en una fe concreta.

-La muerte me angustia no por morir sino por desaparecer. Ese nudo sigue igual, pero tengo una sensación de Dios. Me cuesta imaginarme todo este tinglado sin alguna explicación superior. Pero dudo mucho que exista una vida posterior a la muerte, directamente no creo en la reencarnación y la nueva onda new age me parece una fábula para adultos. Hasta que venga alguien y me demuestre lo contrario.

-¿Hay momentos en que quisiera tener menos obligaciones y más tiempo para lo que le gusta?

-Estoy en plan de cambiar mi vida. Lo necesito, así no puedo seguir. Pensé hacerlo en setiembre, pero me falló el intento. Pero el plan sigue intacto y sé que podré. No me refiero a dejar de hacer músico, sino a racionalizar el tiempo.

-¿Otras veces ha impuesto cambios radicales a su vida?

-Lo hice cuatro o cinco veces. Yo le llamo “prenderle fuego a la carpa”. Cuando me fui de Uruguay a los 21 años, me separé de mi novia, dejé mi casa, la facultad y me fui a Europa fue la primera. Llegué a París con 80 dólares. A las dos semanas estaba robando comida de los supermercados porque no podía comer, pero era el ser más feliz del mundo. Leía Trópico de Cáncer y me sentía el protagonista. Esa fue solo una de las veces.

-¿Cuando dejó el alcohol y la droga fue otra?

-Sí.

-¿Cómo fue?

-Corté de un día para el otro. Me lo marqué en mi agenda para seis meses después: el 3 de abril del 89 tenía que parar. Me daba cuenta de que antes no iba a poder. Consulté a un par de psiquiatras que me quisieron internar en una clínica. Finalmente decidí no hacer ningún tratamiento y arreglármelas solo. Y lo logré. Fue muy duro, pero también le prendí fuego a la carpa.

-¿Y qué pasó?

-Cambió mi vida completamente. Yo estaba desesperado, pero por suerte esa desesperación se tradujo en instinto de conservación. Y me hizo mucho bien. Se me aclaró la mente, el cuerpo, sentí el placer de estar sobrio, recuperé una serie de placeres familiares, vi como los que estaban a mi lado suspiraban aliviados, porque estaban muy preocupados. Mi salud mejoró y desde el punto de vista musical se redoblaron mis fuerzas. Yo no me hago trampas al solitario. Uno puede perder el instinto de conservación para siempre o por un tiempo, en mi caso felizmente fue por un tiempo. Tuve un par de años suicidas. Después me di cuenta de que quería vivir.



Entrevista de Leonardo Haberkorn. Publicada el 7 de marzo de 1997 en la revista Tres.

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