15.7.15

Ricardo Piglia en Acción

Para escribir Liberaij revisé las colecciones de todos los diarios que por entonces se publicaban en Montevideo, Buenos Aires y La Plata, más de una docena de publicaciones, la mayor parte de ellas hoy desaparecidas.
Cuando leía la crónica del tiroteo que publicó el diario Acción de Montevideo, varias cosas llamaron mi atención.

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Por un lado, era una crónica vibrante, de alta calidad periodístico-literaria, pero el cronista ni siquiera la había firmado. Aunque por fuerza debió ser escrita a vuelapluma, inmediatamente de terminado el feroz tiroteo, la destreza del periodista era llamativa y digna de ser admirada, 

Pero lo que más me llamó la atención fue que al leer la crónica sentí la viva sensación de ya haberla leído antes. Había imágenes poderosas, frases cargadas de simbolismo y violencia, palabras rara vez usadas en castellano, todas cosas que yo sentía ya conocer.

¿Cómo podía ser posible? ¿Dónde podía haber leído esa crónica antes?
Estuve días pensando en eso. Revisé recortes de otros diarios, apuntes, monografías sobre este caso policial, hasta que decidí volver a las páginas de la novela Plata quemada, del escritor argentino Ricardo Piglia, que se centra en este mismo episodio de la crónica roja rioplatense.
Ahí estaba la respuesta que estaba buscando.
En las páginas de Liberaij apenas consigné este asunto en una nota al pie, porque no quería que se impusiera por sobre el relato y la trama de mi libro. Ahora, un año y medio después de la publicación, no encuentro razones para no compartirlo:

Crónica del diario Acción de Montevideo del 6 de noviembre de 1965: 
“Se lanzó sobre el miserable una avalancha de pasión que fue casi imposible de contener.
Entre cuatro o cinco que nunca se sabrá quiénes son, el pistolero herido, el asesino, era un baño de sangre viva y palpitante todavía. La avalancha lo rodeó y millares de voces se alzaron hasta el sol pesado de la tarde pidiendo su muerte.
—¡Que lo maten!... ¡Mátenlo!... ¡Que lo maten!...
Nunca habíamos visto una cosa semejante, pero debemos decir también que ese momento de descontrol colectivo se justificaba por el daño terrible y cruelmente causado a la sociedad y a sus leyes.
El deseo de venganza, que acaso sea la primera chispa en el relámpago de la mente humana cuando está lesionada, corría con velocidad eléctrica por entre la muchedumbre.
Y la muchedumbre empujó: varios miles de hombres y mujeres de toda traza y tipo clamando la venganza.
Fueron inútiles entonces los propios cordones policiales y sobre el montón sanguinolento de Mereles y Brignone –ya no importa- llovieron de todas partes los golpes, las patadas, los puñetazos, los escupitajos y los insultos.
Eran las 14 horas y minutos de la tarde y la ambulancia donde lograron tirarlo se perdía en un mar humano de las cabezas con ira”.

Y luego en un recuadro:

 “El jefe de Policía habló y su voz fue una copa de aceite sobre la muchedumbre alucinada.
Pedía calma, pedía sosiego para la labor de la Justicia, pedía tiempo para la meditación y la pena profunda que viene ahora por la memoria de los muertos.
—Yo le di el último puñetazo —dijo el Jefe.
Y sobre las cabezas de la muchedumbre, mostró en el aire caliginoso de la tarde el puño derecho, tinto en sangre.

Liberaij, diario Acción, Plata quemada, Ricardo Piglia
Diario Acción, 1965

Plata quemada, Liberaij, Piglia, diario Acción
Plata quemada, 1997


Plata quemada
“Se lanzó sobre el miserable una avalancha de pasión que fue casi imposible de contener.
Entre cuatro o cinco policías y periodistas lo golpearon con sus armas y sus cámaras, el pistolero herido era un baño de sangre viva y palpitante todavía, que parecía sonreír y murmurar. Santa María Madre de Dios ruega por nosotros pecadores, rezaba el Gaucho. Veía la iglesia y el cura que lo esperaba en la parroquia. Tal vez si pudiera confesarse podría hacerse perdonar, podría explicar al menos por qué había matado a la colorada, porque las voces le dijeron que ella no quería seguir viviendo. Pero él en cambio ahora quería seguir vivo. Quería volver a estar con el cuerpo desnudo del Nene, los dos abrazados en la cama, en  algún hotel perdido en la provincia.
La avalancha lo rodeó y cientos de voces se alzaron hasta el sol pesado de la tarde pidiendo su muerte.
—¡Que lo maten!... ¡Mátenlo!... ¡Que lo maten!...
Nunca se había visto una cosa semejante, en ese momento el descontrol colectivo se justificaba según algunos por el daño terrible y cruelmente causado a la sociedad y a sus leyes, por los delincuentes.
El deseo de venganza, que acaso sea la primera chispa en el relámpago de la mente humana cuando está lesionada, corría con velocidad eléctrica por entre la muchedumbre. Y la muchedumbre empujó: varios cientos de hombres y mujeres de toda traza y tipo clamando venganza.
Fueron inútiles entonces los propios cordones policiales y sobre el montón sanguinolento de Dorda llovieron de todas partes los golpes, las patadas, los puñetazos, los escupitajos y los insultos.
Por fin fue sacado del tumulto y llevado a una ambulancia para su traslado al Maciel. Eran las dos y cuarto de la tarde y la ambulancia donde lograron tirarlo se perdía en un mar humano.
Entonces el jefe de la policía argentina habló y su voz fue una copa de aceite sobre la muchedumbre alucinada.
Pedía calma, pedía sosiego para la labor de la Justicia, pedía tiempo para la meditación y la pena profunda por la memoria de los muertos.
—Yo le di el último puñetazo —dijo Soria.
Y sobre las cabezas de la muchedumbre, mostró en el aire caliginoso de la tarde el puño derecho, tinto en sangre.

Más pasajes aquí.
En el epílogo de Plata quemada Piglia dice que reprodujo "libremente" pasajes de varios diarios. Ver aquí.

29.6.15

Una noche en Salto

No es normal que la ciudad de Salto ocupe el centro de la atención continental, pero eso ocurrió el martes 23 cuando Uruguay amaneció con la trágica noticia del accidente protagonizado por el padre de Edinson Cavani que le costó la vida a un joven de 19 años.
El papá del futbolista había bebido y sin embargo conducía una camioneta cuando atropelló y mató al joven motociclista. Para cuando el asunto se hizo público, Luis Cavani ya estaba detenido en espera de ser trasladado ante un juez.
La noticia provocó de inmediato el interés en el resto del mundo, por el impacto que podía tener en el desempeño de Edinson Cavani, uno de los más reconocidos integrantes de la selección uruguaya que estaba disputando la Copa América.
Como mi trabajo de corresponsal en Uruguay de la agencia Associated Press supone no informar de noticias que no estén confirmadas, busqué la confirmación oficial sobre el accidente en el juzgado y la policía de Salto.
Fue así que recibí el comunicado matutino de la Jefatura de Policía de esa ciudad, donde se relatan los acontecimientos de la noche anterior. Todos los días la policía salteña emite esos comunicados, una rutina a la que nadie presta demasiada atención. Si el padre de Cavani no hubiera atropellado al motociclista yo jamás lo habría leído.
Pero lo leí.
Salto es una ciudad importante en Uruguay, pero en términos mundiales o continentales es una ciudad mediana o incluso pequeña. Allí viven unos 100.000 habitantes, lo que la hace unas 13 o 14 veces menos poblada que Montevideo. Pero el comunicado matutino de la Jefatura está lejos de pintar la noche de una ciudad bucólica.
Para empezar, se denunciaron siete robos.
El dueño de una chacra de la avenida Concordia sorprendió a dos hombres que le estaban robando morrones. Pudo detener a uno, pero el otro escapó. Un hombre denunció que otro le puso algo en el vino y aprovechó para robarle la billetera. Otro salteño se presentó ante la policía y relató que ladrones entraron a su casa y lo despojaron de una larga lista de objetos y joyas, también de dos cajas de balas una calibre 22, otra calibre 38 y un rifle. A otro hombre le robaron el celular en su lugar de trabajo. Un comerciante denunció que los ladrones rompieron el techo de su comercio y se llevaron dos cajas registradoras. A otro hombre le entraron al galpón contiguo a su casa y le robaron gran cantidad de herramientas de trabajo.
Además, la policía recuperó una moto robada y logró detener a un menor adicto a las drogas que se encontraba fugado del INAU.
El comunicado abunda en incidentes violentos.
En la calle República Italiana al 1100, una patrulla encontró a un hombre tirado en el piso con un "corte profundo en la cabeza". Lo llevaron a un hospital, pero se fugó antes de poder ser visto por los médicos.
Otro hombre llegó a una dependencia policial y denunció que ocho menores de edad le apedrearon su domicilio en la calle Valentín, provocando daños en el techo de chapa. No era la primera vez que le hacían algo parecido.
Un motociclista agredió a los inspectores que lo detuvieron por circular sin casco y fue detenido.
Un borracho, que quemaba cartones en la calle, intentó arrancar el contador de UTE de la fachada de un comercio, en pleno centro.
Muchos de los actos de violencia consignados en el comunicado ocurrieron en los hogares salteños.
Una mujer denunció que su hijo, menor de edad se peleó con su hermano, y cuando ella intentó calmarlo, él la insultó, la empujó con violencia y luego tomó una madera y rompió todo lo que encontró cerca.
Un hombre denunció que su ex pareja, una mujer, fue a su casa por la noche y lo agredió verbalmente "a los gritos" y "con el más bajo vocabulario". Luego le tiró una piedra en la cabeza.
Una mujer denunció a su esposo por "reiteradas agresiones verbales y físicas". La pareja ya está disuelta, explicó ella, pero siguen viviendo bajo el mismo techo porque él tiene otro lugar donde ir.
Eso es lo que consigna el comunicado. Cabe imaginar cuántos robos no habrán sido siquiera denunciados y cuántos casos de violencia familiar habrán quedado guardados, criando rencor, sepultados por el pudor, la vergüenza o el miedo.
Una noche en Salto. Una noche en la que la única noticia que llegó a los medios fue la del padre de Cavani.
Más o menos lo mismo que pasó en Salto habrá ocurrido también en las otras capitales departamentales que tiene el país. Y habrá pasado multiplicado por 12, 13, 14 o 15 en Montevideo.
Los casos de violencia doméstica -de los que todas las semanas tenemos ejemplos trágicos- merecen un renglón aparte. Hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, hermanos contra hermanos y contra sus madres.
Los casos de violencia doméstica en Salto se multiplicaron por dos entre 2011 y 2014, informó el 9 de marzo el diario local El Pueblo. En 2014 hubo 2.673 denuncias.
Y no es solo en Salto. Hace unos días el diario El Observador, citando un estudio presentado en el Palacio Legislativo, informó que las muertes por este tipo infame de violencia en Uruguay son proporcionalmente cinco veces las de Chile y diez veces las de España. ¿Qué es lo que ocurre en este país para que dentro de sus propios hogares los uruguayos se comporten de un modo tan ruin y violento con sus propia familia?
La respuesta -que no debe ser simple- seguro no está en las toneladas de propaganda oficial y publicidad autocomplaciente con la que somos bombardeados día y noche, la machacona y anestesiante prédica de un Uruguay idílico que en realidad no existe.
Más que a la tanda de la televisión, Uruguay se parece a los modestos comunicados que cada día redacta un policía salteño para que nadie lea, salvo que el horror alcance de costado a un futbolista famoso. Habría que leerlos más, porque el primer paso para solucionar cualquier problema siempre es asumirlo.

el.informante.blog@gmail.com

16.6.15

Rápido y brutal

Un lector me recordó que escribí esto en 2006, y creo que viene al caso. Se publicó en el suplemento Qué Pasa el 20 de mayo de ese año.

Durante muchos años fui al estadio Centenario cada fin de semana. Hoy hace años que no.
La última vez fue el 20 de julio de 2003. Hacía ya mucho que no iba: me habían alejado los partidos demasiado malos, los barra brava, los arbitrajes sospechosos, los campeonatos con tufo a tongo, el monopolio y sus papagayos. Pero aquella tarde decidí volver. Peñarol jugaba contra Defensor y debutaba José Luis Chilavert. Habría una figura de nivel mundial en el estadio, tenía que valer la pena.
Fui a la tribuna Amsterdam porque toda su parte central está libre de las incómodas banquetas que le agregaron al Centenario hace unos años y que arruinaron su comodidad original. Las banquetas impiden recostarse en la fila de atrás. Aunque el estadio rara vez está colmado, estos asientos obligan al espectador a permanecer sentado en un espacio reducido, mientras alrededor hay 65.000 lugares libres. Pensé también que tendría cerca a Chilavert durante la mitad del partido y podría verlo atajar con todo detalle.
No fue así. El espectáculo fue pésimo. El paraguayo debió haber vivido el partido más aburrido de su vida. Defensor, haciendo honor a su nombre, no le pateó ni siquiera un tiro al arco en los 90 minutos.
Con todo, eso no fue lo peor. La Amsterdam estaba bastante llena. El público allí reunido se distinguía por una característica en común: no podían pronunciar ninguna frase que no tuviera incluida las palabras puto o puta: "la puta", "hola, puto", "juez puto", "qué hijo de puta", "qué cobrás, puto", "los del bolso son todos putos".
La mayoría tenía entre 15 y 25 años y muchos ya eran padres o madres. Estaban allí con sus hijos: bebés y niños pequeños. Tener a sus hijos con ellos no les impedía saltar, ni emborracharse, ni fumar mucha marihuana. El humo lo respirábamos todos, los bebés incluidos.
También cantaban esa canción que celebra el asesinato: "Cómo me voy a olvidar cuando matamos a una gallina, cómo me voy a olvidar: ¡fue lo mejor que me pasó en la vida...!"
Esa canción había sido una de las razones que me habían hecho dejar el fútbol. No se puede participar de un espectáculo, ni siquiera como espectador, en el que se glorifica el asesinato. Entre toda la verborragia que se le dedica al fútbol en Uruguay, nunca escuché a un dirigente, un periodista o un futbolista que se haya referido a este canto. Las muertes violentas no vienen solas.
Aguanté hasta el final del partido, pero nunca más volví.
El Centenario es el símbolo de un país que fue capaz de levantar ese estadio monumental en apenas seis meses, organizar un Mundial y salir campeón del mundo. Todo sin ir a mendigar ayuda al extranjero, sin necesidad de consultores europeos o estadounidenses: el diseño y la construcción del estadio fueron confiados al arquitecto Juan Scasso, que era simplemente el director de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo. Sentarse en sus tribunas no solo era un placer, era sentirse parte de una gran historia.
Hay aquel país ya no existe más. Aunque decadente, el estadio todavía conserva su majestuosidad, pero lo que ocurre en su cancha da pena. Y lo que ocurre en sus tribunas también.
Ir al Centenario es una forma rápida, brutal y penosa de comparar lo que fuimos y ver en lo que nos hemos transformado.

estadio Centenario, fútbol, violencia, Uruguay
Vista aérea de las obras de construcción del estadio Centenario


el.informante.blog@gmail.

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